sábado, 2 de septiembre de 2017

Vejer de la Frontera

Como sabíamos que tocaba un día con viento de Levante, decidimos sustituir los planes playeros por los de visita turística, y en esta localización es obligado subir a Vejer de la Frontera (sí, digo subir porque es una pasada la localización de este pueblo).

Nos acercamos por la tarde, y lo primero que nos sorprendió es su tamaño: mucho más grande de lo que esperábamos. Está construido en lo alto de varias colinas, con unos desniveles tremendos entre unas calles y otras, que se conectan con cuestas de esas dónde el coche de nuestra amiga Lore sólo iría si es hacia abajo 😜. No nos podemos creer que haya alguien con celulitis en este pueblo.

Un consejo: el casco antiguo de encuentra en la parte más alta, por lo que, si es posible, hay que tratar de aparcar cerca (que no es fácil), o encomendarte a algún santo que te ayude a llegar a pata. Eso sí, os aseguramos que merece la pena.

Sabéis que nosotros no somos de coger la guía y visitar hasta el último monumento que venga recomendado. Nos va más lo de patear a nuestro aire y ver lo que surja. Y más con las 2 bichillos en las mochilas (que nos vinieron de muerte y nos permitieron pasear bastante).

El pueblo entero es precioso, con las casas encaladas impolutas, los arcos de la muralla, la Iglesia del Divino Salvador, el Castillo, las vistas imponentes desde los miradores.... Es un pueblo con mucha vida, independientemente del turismo, y hay que añadir que tiene un ambientazo tremendo: miles de tabernas y restaurantes preciosos para tapear o cenar, con precios para todos los gustos. Nos fijamos que aparte de los hoteles habituales, había varias casas rurales. Y encima pillamos el minimercadillo de artesanos. ¿Qué más se puede pedir?









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